BASES PARA UNA POLÍTICA SOCIAL DE DIFUSIÓN CULTURAL
La incesante y cada vez más rápida evolución de las sociedades modernas en sus diferentes ámbitos hace que las realidades cotidianas y los modos de vida de sus miembros experimenten una vertiginosa transformación que parece escapar a todo control. Así, en unos intervalos de tiempo cada vez menores, aquello que hoy constituye una novedosa aportación y un revolucionario factor de progreso, queda mañana totalmente obsoleto tras ser superado por otros elementos prácticamente inimaginables hasta el momento.
Sin embargo, tan imparable realidad debe ser contemplada con el debido detenimiento ya que, en ocasiones, lo rápido de esa constante evolución técnica puede ofrecer aspectos altamente positivos. Hace tan sólo unas pocas décadas que los convoyes ferroviarios en los que efectuábamos nuestros desplazamientos estaban formados por coches de madera y eran remolcados por humeantes locomotoras de vapor. Lo que entonces formaba parte de la más cotidiana normalidad es hoy algo de una singularidad extrema. Máxime en España, donde, a diferencia del resto de países europeos, la desaparición de la tracción a vapor y de otros elementos ferroviarios tradicionales, no ha ido aparejada a la extensión de servicios con material de este tipo en iniciativas de carácter cultural.
En nuestro país, sólo hay que asistir a la circulación extraordinaria de un tren de carácter histórico para ver la atracción que despierta en propios y extraños. La espectacularidad del hecho desata el mayor entusiasmo entre cuantos asisten al paso del convoy o viajan a bordo de él, en una mezcla generacional tejida de sentimientos y recuerdos por un lado y de perplejidad ante una desconocida grandiosidad por otro. En ese marco, un material de explotación que quedó obsoleto y fuera de servicio hace algunos años ha adquirido con el paso del tiempo un valor extraordinario no contemplado entonces. Hoy por hoy, una composición ferroviaria remolcada por una locomotora de vapor y formada por antiguos coches de viajeros tiene, para la población en general, un singular y enorme atractivo.
Constatada esa realidad, y fruto de la insoslayable responsabilidad social que debe informar nuestros posicionamientos y conductas, estamos obligados a plantearnos la forma en que ese enorme potencial puede ponerse al servicio de la mejora del nivel cultural de nuestra colectividad. Especialmente, en este caso, relativo a la puesta en valor de nuestro patrimonio industrial en materia ferroviaria. Todo ello sin perder de vista que, dado el atractivo que de por sí tiene este tipo de patrimonio, la circulación ocasional de trenes de tipo histórico con motivo de alguna circunstancia especial o efeméride es ya un hecho altamente positivo en sí mismo que contribuye a la sensibilización cultural y al reconocimiento de una evolución técnica que ha llevado al ferrocarril a convertirse, por su sostenibilidad, en el medio de transporte del futuro.
Ante esa situación, entendemos que las actuaciones a desarrollar deben orientarse, fundamentalmente, a lo siguiente:
1. Propiciar el rescate y rehabilitación de todo el material ferroviario que permanezca al día de hoy en manos particulares y no sea objeto de una conservación o utilización acorde con su creciente valor patrimonial, al objeto de obtener de él la máxima rentabilidad cultural en todos los órdenes.
2. Utilizar el expresado incremento de la sensibilidad cultural hacia el patrimonio industrial en general para concebir e impulsar todo tipo de iniciativas donde el atractivo del empleo operativo de material ferroviario de época tenga un importante valor en sí mismo y constituya un instrumento de mucho mayor alcance, destinado a difundir los valores inherentes al mismo.
Respecto a los criterios de carácter cultural a los que ceñir lo que es la propia restauración del material ferroviario creemos que, como instrumentos básicos de trabajo, cabe considerar en lo menester los diversos documentos publicados al efecto durante los últimos años. Entre ellos, la denominada Carta de Riga (Letonia), cuyos criterios fueron adoptados por unanimidad en la Asamblea General de FEDECRAIL (Federación Europea de Ferrocarriles Turísticos e Históricos) celebrada en Anse (Lyon) el 16 de abril de 2005.