LEGITIMIDAD HISTÓRICA

El 28 de octubre de 1848 se inauguraba nuestro primer ferrocarril peninsular entre Barcelona y Mataró. La ceremonia inaugural era presidida por Fernando Fernández de Córdova y Valcárcel (II marqués de Mendigorría), a la sazón capitán general de Cataluña y antepasado del actual presidente de nuestra Fundación, el Ilmo. Sr. D. Rafael Fernández de Córdova y Esteban (VI marqués de Mendigorría).

La inauguración, durante la que fue acompañado por el obispo de Puerto Rico, Gil Esteve Thomás, quien bendijo el nuevo ferrocarril, no era más que el brillante colofón de un proceso realmente complejo e intrincado iniciado años atrás y durante el que la máxima autoridad del Principado había ayudado desde su alta responsabilidad pública a despejar los últimos obstáculos.

La puesta en marcha del ferrocarril catalán, sin embargo, no era más que el inicio de una época histórica que llega hasta nuestros días y en que la que, sucesivamente, nuevas líneas inauguradas a lo largo y ancho de toda la península irían sumándose a la de Mataró e irían conformando progresivamente la que llegaría ser nuestra extensa red de ferrocarriles.

Con ello, y mucho más allá del mérito contraído por cuantos, de una u otra forma, habían hecho posible el inicio de la trayectoria histórica española en materia ferroviaria, sería una gran parte del pueblo español el que, día a día, y desde sus diferentes responsabilidades en este nuevo ámbito de la vida nacional, haría posible la materialización y el desarrollo en nuestro suelo de las diferentes facetas de la explotación ferroviaria.

Ni que decir tiene que esa explotación, y con ella, la regular utilización del novedoso medio de transporte ferroviario, sería la base del desarrollo de amplios sectores económicos y, en consecuencia, de una mejora de las condiciones de vida de todos los españoles. Todo ello en base a una abnegación y un sacrificio, muchas veces hasta heroico, puestos de manifiesto por los miles de españoles vinculados al sector, que nadie puede ignorar.

Así, pues, y atendida la íntima relación de más de siglo y medio entre nuestro pueblo y el ferrocarril, el rescate y puesta en valor de la memoria colectiva al respecto no sólo es algo encomiable sino moralmente inexcusable. Y ello por cuanto no constituye más que el debido tributo de agradecimiento a cuantos, al igual que en otros ámbitos de nuestra trayectoria en común, nos precedieron e hicieron posible que hoy en día podamos disponer de gran parte de cuanto disponemos.